• María de los Ángeles Pérez Jaimes tiene 73 años de edad. Foto: Ángel Llamas 

Enrique Osorio / Mural

Guadalajara, México(21 abril 2022).- Una casa, ocho hijos y un esposo que se dedicaba a hacer fletes. La vida de María de los Ángeles Pérez Jaimes tenía todo lo que ella deseaba cuando rondaba los 40 años.

Ahora, a sus 73 años, con dolores de espalda, problemas económicos y una necesidad de justicia, lo único que ella espera es tener una muerte digna y exige que al menos con eso cumplan quienes le arrebataron lo que más amaba.

Su vida, como la de decenas de personas, dio un giro el 22 de abril de 1992, una mañana de miércoles en la que una serie de explosiones transformaron para siempre el Sector Reforma de Guadalajara, hechos por los que las víctimas aún esperan que Pemex se haga responsable.

Su esposo murió debido a las secuelas que tuvo tras las explosiones, y ella ahora exige ser incluida en el fideicomiso creado para las víctimas, algo que el colectivo ha pedido por años.

María de Jesús vivía en esa zona, tenía ocho hijos, de entre 8 y 24 años, incluso un nieto de dos años, a quien su esposo, Luis Cruz Franco, de 46, abrazaba segundos antes de que una explosión lo sepultara.

Ella recuerda que escuchó un estallido, y que a Luis le cayó encima la camioneta con la que hacía fletes.

«(Mi esposo) estaba afuera de mi casa, entonces cuando oí el estallido, salí corriendo a ver qué fue. Yo pensaba que era un choque de algo, pero no, ya cuando volteé mi esposo tenía la camioneta encima», narró.

«Quería yo ayudarle a quitarle la camioneta encima a mi esposo, pero yo no podía», lamentó, «hasta que ya se calmó todo y ya salieron vecinos y todo y me ayudaron a quitarle la camioneta de encima a mi esposo», agregó.

Luis tenía estallamiento de vísceras, fracturas en costillas, clavícula y una pierna, pero ninguna ambulancia estuvo ahí para trasladarlo, por lo que María improvisó una camilla con una escalera y cobijas y lo llevaron en una camioneta particular hasta el hospital del Seguro Social en Washington y Chapultepec.

Debido a que sus lesiones no eran notables a simple vista, los médicos le dieron prioridad a quienes llegaban amputados o con fracturas expuestas. Ella tuvo que rogarles y explicarles lo sucedido para recibir atención.

«Yo me le colgaba los doctores, le digo ‘mire, doctor, a mi esposo no se le ve nada pero se le cayó una camioneta, todo está por dentro’.

«Y tanto me les colgué a los que salían que me hicieron la caridad de verlo y ya se lo llevaron y ya me dijeron que estaba muy difícil, que era un milagro si él se salvaba», explicó.

Pero el dolor más grande vino después, María de los Ángeles comenzó a llorar cuando recordó lo que vino después, su esposo estuvo un año hospitalizado, la casa que rentaban tuvo cuarteaduras, y su familia comenzó a disolverse.

«Mis hijos todos tuvieron que volar, unos salieron por, se casaron casi casi por, pues porque no teníamos donde quedarnos, yo me arrimé con una hermana, me prestó un cuarto para estar ahí.

«Uno de los muchachos se me aventó al vicio, al vicio, a tomar, se dejó porque se sentía incompetente para ayudarnos y los gastos eran muy fuertes», narró.

Mientras veía cómo sus hijos se iban, María se encargó por completo de Luis. Su vida consistió en estar dos días en casa y cinco días de ir a hospitales, esto hasta el 16 de junio de 2004, cuando él falleció.

El día de mañana, como cada 22 de abril, para ella será un recordatorio del momento en que se destruyó su familia, y de cómo pasan gobernadores y gobernadores, sin darles solución alguna.

«Recuerda uno todo, lo que perdió y lo que está sufriendo uno a causa de eso, entonces digo ‘no es justo que estemos sufriendo tanto por algo que fue provocado’, ¿y qué culpa teníamos nosotros si vivíamos bien?, a nadie le pedíamos nada, éramos autosuficientes para salir adelante».

«Yo digo que sí tienen, y sí pueden (incluirnos en el fideicomiso), no somos tantos, tanto a mí como a los compañeros que están lesionados, ¿por qué no les dan lo que ellos necesitan?, ¿qué les cuesta? ¿qué tanto nos dan de vida? ¿por qué no nos dan (para) que acabemos (con) una muerte digna? No que estemos padeciendo ni sufriendo», concluyó.