
Por: Manuel Covarrubias/ 10/7/2023, https://lagospostoficial.wordpress.com
El paisaje rural de los altos de Jalisco, de unos años a la fecha, se ha transformado significativamente: filas interminables de agave weber azul (especie que se utiliza, entre otras cosas, para destilar tequila y mezcal) abarcan hectáreas y hectáreas de tierras. Este fenómeno no es exclusivo de los Altos de Jalisco, diversos estados de la república: Guanajuato, Nayarit, Michoacán y Zacatecas también se enfrentan a los estragos ambientales y culturales causados por el “oro azul”.
En cifras, el negocio del agave es impresionante: tan solo el 2022 se produjeron 651 millones de litros de destilado de agave (tequila, mezcal, etc.) casi duplicando las cifras del 2020. Según datos, de los 651 millones, 418,9 millones fueron exportados a países de todo el mundo. El gran mercado del agave, por lo tanto, no es México. Por las cifras antes mencionadas y por los altos precios que alcanzó el precio del kilo de agave azul ($26-30) es que se al 2022 se le llamó “el mejor momento comercial” para los destilados de agave (especialmente el tequila).
A pesar de los grandes beneficios económicos, hay un lado del que poco se habla: la desarticulación de la vida rural. Hasta ahora el gran sustento del mundo rural provenía de la tierra. Modificar la relación que, tradicionalmente, los ciudadanos tienen con ella es desarticular los modos de producción y de vida de las comunidades rurales. Desde luego, el problema del agave aparece en un momento en el que el trabajo de campo no es visto como una opción viable para la juventud, sin embargo, los monocultivos, la presión estatal y la contaminación de la tierra, hace que los pequeños propietarios y los que apuestan por el trabajo de campo terminen por rentar o vender sus parcelas a las grandes empresas o por volver definitivamente inviable sembrar cualquier otro tipo de planta.
El agave azul necesita, por lo menos, de seis años para estar maduro (El ciclo de siembra y cosecha del maíz, por ejemplo, es de 4-5 meses). Durante este periodo de seis años las tierras quedan inutilizadas, sin mencionar que necesitan ser bombardeadas continuamente de pesticidas y plaguicidas para asegurar el crecimiento y supervivencia de la planta en los ecosistemas donde no es endémica. De esta forma, no solo enferman a la tierra en la que está sembrado el agave, también a la fauna silvestre y contaminan las fuentes de agua, tanto subterráneas como terrestres. Modificando directamente todo el ecosistema y los modos de subsistencia de las poblaciones.
Las grandes empresas y los ayuntamientos locales ya tienen un ojo en la situación ambiental, sin embargo, ignoran el efecto que el agave traerá, primeramente, a las comunidades rurales y posteriormente al país entero. La desaparición de los cultivos tradicionales significa, al mismo tiempo, la desaparición de los trabajos tradicionales del campo. Si bien en su lugar aparecen otros trabajos, debemos saber que estos requerirán una cierta preparación técnica, es decir, los locales no poseen la formación para desempeñarse en estos puestos, cosa que afecta directamente a la población con menor nivel educativo que, lamentablemente, es la población rural.
Este fenómeno no se puede ver como un hecho aislado: es una transformación que, en menor o mayor medida afectará a la región entera. En el escenario más optimista, la desarticulación de los modos rurales de subsistencia significara la movilización de una parte de la población rural a las zonas urbanas. A lo que habría de preguntarnos: ¿Están las urbes preparadas para asimilar más habitantes?, ¿Hay viviendas, trabajos dignos, agua suficiente? En el más pesimista, aumentará el flujo migratorio de mexicanos indocumentados hacía los Estados Unidos.
A pesar de que el agave ha sido un negocio exitoso, diversas comisiones tequileras ya han advertido la posibilidad de una crisis por la “sobreproducción” de agave. Es decir, sembrar más del agave que el mercado requiere, esto desembocará en una baja de los precios (el precio bajaría hasta los $15-12). Sin embargo, los grandes productores de tequila son optimistas y creen que el mercado terminará por regularse solo, a pesar de que hoy la sobrepoblación es una realidad (El consejo regulador del Tequila estima que en México hay 1,386 millones de agaves sembrados entre Jalisco, Nayarit, Michoacán, Guanajuato y Zacatecas).
Hasta ahora el mercado del agave ha funcionado sin ningún tipo de regulación que proteja al medio ambiente ni a la población, un absoluto laissez-faire, al más puro estilo neoliberal. No basta la protección ambiental ante este fenómeno: es necesaria la creación de políticas públicas que protejan a los habitantes de las comunidades rurales y sus modos de vida.
