
por Agustín del Castillo/ntrguadalajara.com
Estos días finales de la cuaresma, los rodales de oyamel endémico del Nevado de Colima (Abies colimensis, en peligro de extinción para el gobierno mexicano y la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza), ubicados en el ejido Huescalapa, en la cara nororiente del macizo volcánico, fueron objetos de un saqueo por los “usos y costumbres” de la comunidad, dado que ramas del árbol se utilizan para la conmemoración del Domingo de Ramos.
El ejido del municipio de Zapotitltic y las autoridades del parque estatal Bosques Mesófilos del Nevado de Colima, lograron frenar el saqueo.
“No es nomás retirar unas pocas ramas, es un volumen impresionante y descontrolado, y a la larga, eso genera que los árboles se sequen y sean pérdida completa; hemos buscado negociar con el ejido el modo de trabajar para proteger eficazmente estos bosques, que son únicos en el mundo”, explicó a NTR el director del parque, José Villa Castillo.
El tema había sido resuelto antes de las fiestas, pero la Comisión Estatal Indígena emitió un permiso sin considerar el aspecto legal y ambiental, lo que ocasionó un problema mayúsculo; el ejido debió pedir la intervención de la policía para frenar la oleada de vecinos que cortaban ramas en el bosque de abeto.
Desde que el Abies colimensis fue reconocido como especie diferente del Abies religiosa, ha sido integrado a la norma oficial mexicana como especie en categoría de riesgo de desaparición. Su distribución se reduce a los alrededores del Nevado de Colima, es una deriva evolutiva fruto del prolongado aislamiento en la alta montaña. A partir de noviembre de 2019, está bajo la categoría “en peligro de extinción”.
Desde esa fecha, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales no ha emitido permisos para aprovechar su madera. En la montaña, sobreviven varios relictos de este bosque en las cuencas de la laguna de Zapotlán y del río Coahuayana, al oriente, y del río Ayuquila-Armería, al poniente, frecuentemente asociados a otra especie de abeto también protegida por su escasez: Abies flinckii. La distribución global de ambas especies ronda nueve mil hectáreas, entre los bosques mesófilos de montaña (o bosques de niebla) y la vegetación de alta montaña, es decir, entre 2,400 y 3200 mil metros sobre el nivel del mar.
Independientemente de la presión directa, el mayor enemigo de los bosques umbrosos donde sobreviven los abetos es el cambio de uso de suelo. En la montaña más elevada de Jalisco, el fenómeno de apertura descontrolada de huertas de aguacate ha barrido con numerosos bosques de pino y encino de su parte baja, pero se trata de una amenaza “por ahora, latente” para los bosques de abeto.
Si se le deja crecer, el Abies colimensis puede llegar a ser monumental: alcanza hasta 60 metros de altura y dos de diámetro. Para proteger a este gigante, especialistas y comunidades impulsan proyectos de ecoturismo y conservación dentro de los dos parques que se extienden a los pies del Nevado de Colima.
UNA HISTORIA DE CONSERVACIÓN
En el 2012, un grupo de investigadores de la Universidad de Guadalajara (UdeG) propusieron a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) el reconocimiento del Abies colimensis como especie única, diferenciada del Abies religiosa, que es el oyamel o abeto dominante en el Eje Neovolcánico, en el centro de México.
El Abies colimensis “tiene una diversidad genética extremadamente baja, la más baja conocida entre todas las especies de Abies de Mesoamérica y una de las más bajas entre las especies arbóreas del planeta”. Su área de ocupación “es muy reducida, de aproximadamente 150.02 kilómetros cuadrados”, es decir, 0.007 por ciento del territorio de México, escribieron los autores de la propuesta para incluir a esta especie en la NOM-059.
Con sus 4260 metros sobre el nivel del mar, a menos de 40 kilómetros del océano Pacífico, el Nevado de Colima es una de las ocho cumbres que superan los cuatro mil metros en México; una isla evolutiva, porque sus ecosistemas en la parte alta presentan adaptaciones únicas sin interacciones en cientos de kilómetros a la redonda. Y el oyamel Abies colimensis es un ejemplo de la diferenciación biológica que existe en ese lugar.
Si bien este árbol se mantuvo en esa “isla evolutiva”, su panorama comenzó a complicarse con el impacto de la deforestación —en lo que contribuyó la entrega, sin justificación, de permisos para aprovechamiento forestal— y de los incendios provocados para cambiar el uso de suelo, señalan los expertos que la propusieron como especie en riesgo.
Su lenta tasa de crecimiento, su alto grado de erosión genética, los efectos del cambio climático y la migración de nubes a partes más altas (fuente de humedad indispensable para los oyameles) complican aún más el panorama para este árbol, resaltan los investigadores.
Villa Castillo, experto en genética y reproducción de pinos, promotor principal del reconocimiento legal de la nueva especie, confirma que el oyamel del Nevado de Colima no se ha podido reproducir con éxito en viveros, lo que imposibilita realizar acciones de reforestación para su recuperación.
Los bosques de oyamel se sostienen en un clima frío y húmedo, con luz escasa y penumbra a nivel del sotobosque (el estrato de arbustos). Se ubican, sobre todo, a media ladera o en barrancas y cañadas. La especie prospera entre dos tipos de vegetación: bosque mesófilo de montaña y bosque de coníferas y encinos, pero requiere de un hábitat primario, es decir, un bosque integral con baja perturbación humana.
Es la invasión de las poblaciones de la parte baja lo que ahora pone en predicamento la conservación de una especie única en el mundo.
jl
