


Rebeca Pérez Vega/Mural
Guadalajara, México(13 marzo 2022).- El cauce del Río San Juan de Dios está sepultado bajo lozas de concreto.
Este afluente fue uno de los motivos por los que Guadalajara se asentó definitivamente en el Valle de Atemajac -tres intentos fallidos y una década de peregrinaciones- pero desde la fundación de la Ciudad, en 1542, se convirtió en espacio natural de división y que a principios del siglo 20 se remarcó con la construcción de la Calzada Porfirio Díaz, ahora llamada Independencia.
La frase «de la Calzada para allá» ha sido común entre los tapatíos para referirse al oriente de Guadalajara, una zona que históricamente ha tenido menor desarrollo económico y de infraestructura respecto al poniente.
El río nacía de los manantiales del Agua Azul y corría hacia el norte hasta llegar a la barranca de Huentitán y unirse al Río Santiago. Era un afluente no caudaloso en tiempo de estiaje, pero servía para proveer de agua a la zona fundacional de Guadalajara y a la incipiente comunidad que se asentó en los alrededores, recuerda el padre e historiador, Tomás de Híjar.
«En febrero de 1542 al establecerse el cuarto y definitivo asentamiento de Guadalajara, en el Valle de Atemajac, la frontera oriente era justamente el cauce del río San Juan de Dios: del otro lado del río estaba Analco, y otros asentamientos indígenas», añade De Híjar.
Para mediados del siglo 16, cerca de 1551, se construyó una pequeña capilla en el linde del río y unos años más tarde se edificó un hospital que quedó bajo la orden religiosa de San Juan de Dios, de donde toma su nombre el antiguo barrio, pero la división entre las dos Guadalajara ya estaba presente: solo había un par de puentes (en donde ahora está la calle de Medrano y en la confluencia de la Calzada y Javier Mina), que posibilitaban el tránsito entre la Guadalajara de los pueblos indios, al oriente, y la de los españoles, al poniente, recuerda el arquitecto y académico del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, Pablo Vázquez Piombo.
Con el crecimiento urbano, a los habitantes se les pidió que no tiraran los desechos en las calles de la Ciudad, pero los residuos terminaron en las aguas del Río San Juan de Dios. En el siglo 19, el afluente ya estaba bastante contaminado por lo que a inicios del siglo 20 decidió embovedarse: las obras concluyeron en 1909 y en esa época también se suspendió el uso de los puentes, según se registra en la cronología histórica de Jalisco.
Con el entubamiento del Río vino también un proyecto de construcción de un gran paseo que buscaba conectar a la Alameda, hoy Parque Morelos, con la zona del Agua Azul, como parte de los preparativos para las celebraciones del Centenario de la Independencia de México, en 1910. En honor al presidente en turno, se decidió llamar a este corredor como Calzada Porfirio Díaz, pero tras su derrocamiento se le cambió el nombre a Calzada Independencia: el río no volvió a ver la luz desde entonces y se convirtió en un gran colector de agua sucia.
Zona pujante Desde sus inicios, Guadalajara fue una urbe de vocación comercial y eso se reflejó en los alrededores del Río San Juan de Dios. Ese espacio era considerado una fuente pública, pero también era un punto de encuentro para comerciantes, para quienes buscaban mercancías, incluso en las intermediaciones se instalaron tabernas y distintos establecimientos: era una zona vibrante de la capital.
«Desde sus inicios esa zona era de paso para los arrieros, había posadas y mesones, había ejercicio de prostitución, todo esto en conjunto confluyó para darle una vocación comercial que pervive hasta la fecha con la afluencia de gente muy diversa», resalta el académico de la Universidad de Guadalajara, Bogar Armando Escobar Hernández.
Conforme pasó del tiempo, a esa zona se le sumó infraestructura: en 1810 se inauguró la Casa de la Misericordia (hoy Museo Cabañas); en 1855 se añadió al paisaje la Plaza de Toros Progreso y, en 1888, se edificó el primer mercado formal de la zona, aunque no duró mucho y en 1925, se sustituyó por un inmueble trazado por el arquitecto Pedro Castellanos, con un peculiar estilo de evocaciones mudéjares.
A principios del siglo 20, parecía que esa zona iba a ser una de las regiones más prósperas de la Ciudad. Atraía a los visitantes que llegaban de paso, había construcciones valiosas a sus alrededores, comercios y establecimientos de distintos giros, pero cercana la década de los 40, con la ola de modernidad que se sentía en la capital, las prioridades empezaron a cambiar y a desplazarse hacia otros puntos de la urbe.
La plaza de toros fue demolida para dar pazo a la construcción de la Plaza Tapatía, bajo un proyecto de Ignacio Díaz Morales; también se echó abajo el antiguo Mercado San Juan de Dios, para reconstruirlo bajo la versión moderna de Alejandro Zohn y que ahora ostenta la distinción de Monumento Artístico de la Nación.
Aunque el mercado sigue siendo el corazón del barrio, desde mediados del siglo 20, la zona vino a menos. Se hizo el esfuerzo de construir la Plaza de los Mariachis en 1963, aunque tuvo una breve etapa de gloria, ese entorno propició inseguridad, junto con otros factores, que agravaron la dinámica de la zona.
«Se tomaron muchas decisiones que llevaron a la zona a convertirse en lo que es ahora; la situación había sido llevadera hasta los 80, pero en los 90 la imagen de la zona cambió: se le dice el ‘lunar’ de Guadalajara porque se tiene ese prejuicio en el imaginario colectivo de que es una zona sucia e insegura, que no hay que acercarse.
«Pero no podemos estigmatizar, en esa zona se encuentra uno de los mercados más iconográficos del País, vive gente honrada, que no le hace daño a nadie», reflexiona Escobar Hernández, autor del libro Amaneció en Guadalajara: Origen, Auge y Ocaso de los Cabarets de San Juan de Dios (UdeG, 2015).
¿El hubiera no existe?Qué habría pasado si el Río San Juan de Dios no se hubiera embovedado, se pregunta Tomás de Híjar. No hay respuesta sencilla: podría ser que Guadalajara contara con un sitio idílico, con un paraje lleno de vegetación y corredores para la convivencia abierta de los tapatíos, como ocurre en diversas ciudades europeas.
«El caudal del Río San Juan de Dios es abundante en el temporal y escaso en el estiaje, pero nunca deja de fluir, por eso lo que queda abierto de ese afluente y que termina en el Río Santiago, que cae al filo de la barranca y provoca la cola de caballo, es más bien simbólico y representativo, pero si este cauce estuviera abierto y se hubiera saneado, no se hubiera transformado en un colector y no hubiera dado pie al paseo Porfirio Díaz, la Calzada sería un paraje idílico para una Ciudad como la nuestra», recalca De Híjar.
El historiador recuerda que se han rescatado de la muerte afluentes como el del Tío Támesis en Londres, prácticamente desahuciado a mediados del siglo pasado, pero rehabilitado y ahora convertido en toda una atracción para la capital británica.
«No faltan proyectos que piensen en que se regenere el caudal porque el manantial sigue vivo, si esto se ha podido en otros sitios del mundo no podemos cerrar la posibilidad de que algún día Guadalajara vuelva a tener el caudal del Río San Juan de Dios fluyendo, porque el manantial ahí está, esto podría regenerarse con un malecón como lo conocieron nuestros antepasados», narra De Híjar.
También pudo caber la posibilidad de que el sitio se hubiera convertido en una zona oscura, inseguridad y de mayor división para la Ciudad, cuestiona el arquitecto Pablo Vázquez Piombo, pero eso es difícil de apostar.
«Hay decisiones que han ido moldeando la imagen y dinámica de la Ciudad, no podría calificarlas como ocurrencias, pero sí decisiones cupulares que en su momento parecían adecuadas», relata Vázquez Piombo.
El arquitecto ejemplifica: A mediados del siglo 20 se derrumbaron complejos históricos del siglo 16 y 18 para darle vida a la Cruz de Plazas en el corazón tapatío, pero ahora es muy debatible si esa decisión fue la más correcta, aunque no se puede juzgar al pasado con la visión del presente, añade.
«En su tiempo, los gobernantes vieron la oportunidad de cambiar la imagen y aspecto de la Ciudad, abrir paso a la modernidad, pero no se puede evitar pensar qué hubiera pasado si este Río se hubiera quedado como tal, no puedo evitar preguntar qué decisiones se debieron tomar para que este lugar lograra ser un espacio saludable, agradable, interesante, para que la naturaleza pudiera infiltrarse en la Ciudad», lanza Vázquez Piombo.
