Rodolfo González Figueroa nos comparte que el logro mayor ahora de la parcela, no es la producción cuantitativa de alimentos sino, la producción social, «el composteo emocional, la cohesión familiar, la reconfiguración alimentaria, la generación de relaciones y el tejido que se está hilvanando».

por Rodolfo González Figueroa / letrafria.com junio 21, 2024

Foto: Rodolfo González Figueroa.

Dice Jairo Restrepo que sólo puede promover agricultura orgánica quién la hace, quién no siembra no puede promover, se vuelve un simple facilitador de información. Y, a veces, vale decirlo,  no sé qué sentir.

En mi caso, si ¿soy un facilitador de información o un promotor?. Lo cierto es que el grupo de familias que trabajan en la parcela comunitaria tienen contenidas múltiples visiones y mucha sabiduría, algo que obviamente, a los técnicos y académicos nos falta. Unir la sabiduría de los campesinos con nuestro escaso conocimiento técnico es menester.

Sabemos que cuanta menos sabiduría tenemos más se erosiona el conocimiento y pasamos a ser más dominados por la tecnología y por epistemologías dominantes eurocéntricas o como se llamen.

Cuánto más información e imposición del conocimiento técnico, menos sabidurías locales, más desprendimiento de la esencia cognitiva local, natural.

Estamos en un proceso de trabajo social que implica mucha interacción con personas diferentes las cuáles todas saben de agricultura de una manera práctica y con puro sentido común.

Cuando nosotros llegamos, desposeídos del sentido común, con nuestra mente cuadrada por el sometimiento a la academia podemos sentir un choque de realidad, una sacudida provocada por formas de ser, estar, habitar e interaccionar en el tiempo-espacio que transgreden nuestra rigurosa racionalidad.

El desafío es la conjugación, el enlace sutil de ambos modos de pensamiento. Aunque cabe decir, que la agricultura de las familias es más que pensamiento, contiene emociones profundas, plasman energía y sensaciones en la parcela.

Los surcos de cada familia son la expresión de cómo está el corazón. Y bueno, en la academia, tristemente, no hay corazón. Hay planes, intereses particulares, metas, objetivos, celo, individualismo y un absurdo egocentrismo en escala que crece y crece hacia la inocua esterilización cognitiva.

Este es el reto para nosotros los llamados técnicos, asesores o acompañantes de turno; ¿cómo cotejamos todos esos planes de un proyecto académico multidisciplinar con las lógicas de las familias sin que se haga una imposición? ¿Cómo hacemos para que, al menos una vez, puedan coincidir los tiempos académicos con los tiempos reales en campo?  Este cabrón y más cuando desde el cubículo se estudian y prediseñan los proyectos.

Es casi que imposible adaptar la biología, la microbiología, el clima, la humedad, los suelos y los multifactores a los calendarios oficiales. He aquí el gran problema. Porque después uno termina forzando los procesos, induciéndoles para que ocurra lo que, en un papel lejos del territorio, se delineó.

Todo se maquilla, no sólo los rostros estéticos de la moda de turno, también los datos de las investigaciones. Pero hay ya, cosmetología orgánica, amigable con el medio ambiente. Chin.

Las universidades en la región, todavía, juegan su rol delineador, amoldador y descontextualizante. Nosotros tenemos una deformación totalmente descartada, lo que nos enseñaron en la universidad ya ha sido descartado y ha sido modificado.

Los catálogos van cambiando constantemente. Buscamos la transformación de una sociedad, para que sea libre, para que sea autogestiva, sana y deje de ser dependiente. Pero nosotros dependemos profundamente de esquemas racionales. Somos mutilados emocionales y apremia reconectar con la parte emocional de los procesos sociales.

Muchas de las veces los estudios sociales se realizan sobre el otro o sobre lo otro. Por ejemplo, Jairo menciona, que Agronomía significa estudiar la tierra que no es mía. Los investigadores agrónomos estudian en tierras ajenas a ellos cuando en realidad lo que habría que hacer, en cambio, es el estudio para contemplar.

Y bueno, para contemplar hay que tener tiempo, pues “cuando uno contempla descubre”, y vale decirlo, “lo primero que se descubre es lo limitados que somos”. Entonces nos ponemos a interpretar los fenómenos, malinterpretamos las cosas, somos interpretadores de la naturaleza.

Solamente puede describir quien hace parte del proceso, el que vive y participa y siente el proceso”. Nosotros como técnicos o bien, como académicos, ¿sentimos el proceso? Hay que darle chance a la vida para ella nos muestre cosas diferentes.

Parece que el mundo ha perdido su sencillez. Años a tras las sociedades eran más simples y menos complejas. El signo de nuestra época es la complejidad. Y esta complejidad puede tragarnos dejándonos en la ceguera y cayendo en remedios muy ajenos a los contextos sociales localesHay que simplificar, hacer simplejos los procesos en lugar de complejos. Otro reto.

Dejar de producir nuestros propios alimentos ha ocasionado a lo largo de la historia catástrofes tremendas en todos los territorios donde esto se ha permitido. Parece que a los gobiernos les es urgente generar obligaciones y normalizar que la gente trabaje para otros y se someta al trabajo asalariado.

Menciona la revista Biodiversidad en su editorial de la edición 115, que “estos gobiernos necesitan romper el breve espacio de independencia o libertad que campesinas y campesinos ha reivindicado desde siempre. Pasar de ser campesinos a obreros es un cambio radical en su relación con el mundo. Es pasar de una labor creativa a un trabajo asalariado al que se le extrae el plus valor en el caso de los asalariados, o a un trabajo equiparado al de máquinas o animales en el caso de los esclavos”.

Quién sigue en su breve espacio de libertad o que al menos tiene un pequeño terreno o la oportunidad de sembrar, puede defender la idea de un mundo de libertad.

Las familias que participan en la parcela escolar comunitaria no sólo están produciendo, sino, que están reproduciendo una realidad diferente dónde ellas y ellos pueden tener acceso a los medios de subsistencia y conectar con el territorio de otra manera, sembrar de manera comunitaria y familiar es justo ejercer el territorio, encarnarse con él, imbricar relaciones sociales, biológicas, con fauna, con suelo, con semilla.

Estamos acompañando de cerca a las familias y, sobre todo, escuchándolas. La mayoría de ellas estaba una situación en donde no sólo no tenían voz sino, tampoco oídos que les escuchen. Basta una plática de Celestina en medio de su milpa mal vista por los patrones productivistas para que nos explique por qué ella decidió no rastrear su parte de siembra; –“Porque el maíz siente, está vivo”.

Aunque esté chaparro, pequeño, carcomido por cogolleros el maíz siente y se le respeta. O bien, escuchar los testimonios alegres y llenos de esperanza, desde su mirada y sonrisa hermosa de Sidronia, que relata cómo cada que vienen a la parcela, la familia se une.

No vendrán diario porque sus cuestiones laborares, pero cuando vienen se organizan y se viene ella, su esposo y sus 6 hijos. Es de las convivencias que más le gustan, se olvida de los problemas y, aunque estén muy lejos de su pueblo en las montañas de guerrero, sembrar los surcos que les tocan en la parcela escolar es rememorar y sentir lo hermoso de la agricultura junto con sus hijos.

El logro mayor ahora de la parcela no es la producción cuantitativa de alimentos sino, la producción social, el composteo emocional, la cohesión familiar, la reconfiguración alimentaria, la generación de relaciones y el tejido que se está hilvanando.

Unos exigen toneladas de producción. La realidad constata que vale más la salud familiar.